Últimamente, a causa del Covid-19, se escucha más frecuentemente la importancia que tiene la higiene en general y los gestos de higiene básicos como el lavado de manos en particular. Hasta el punto de que todos hemos recibido, por diversos medios, tutoriales o notas informativas sobre la correcta realización de la limpieza de superficies, materiales como el móvil y teclados, la suela de los zapatos, o el lavado de manos.
En alguna ocasión también he oído y leído comentarios de quien se cuestiona el alcance de la importancia de dichos gestos.
Pues bien, me ha parecido interesante exponer un par ejemplos en la historia de la enfermería y la medicina que supusieron un antes y un después en la práctica sanitaria a raíz de la inclusión de la higiene como medida preventiva en la transmisión de infecciones. En ambos casos supusieron un descenso muy notable de las consecuencias fatales y mortalidad. El lavado de manos como paso indispensable en los procedimientos y protocolos de actuación, pasó a ser uno esos puntos clave a mediados del siglo XIX, cuando nació la medicina moderna.
Primero hablaré de Florence Nightingale. Fue una enfermera británica, aunque nació en Florencia (Italia) el 12 de mayo de 1820 en el seno de una familia acomodada inglesa. Este es un dato relevante porque 1. La fecha de su nacimiento fue la fecha elegida para celebrar el Día Mundial de la Enfermería pues se le considera precursora de la enfermería profesional moderna. Este dato nos da una idea de lo sumamente importante que fue su figura para esta disciplina, aunque también para lo que hoy conocemos como Salud Pública y que implica a un equipo multidisciplinar. 2. Al ser de una familia acomodada, le permitió desde muy joven recibir una amplia educación, algo poco común en su época y más si tenemos en cuenta que era mujer. Destacó en matemáticas y estadística cuyos estudios acabó aplicando al terreno de los cuidados y de la epidemiología.
El hecho que supuso un antes y un después tuvo lugar durante la guerra de Crimea (1853-56). De hecho, marcó la trayectoria como enfermera de Florence Nightingale.
En esta contienda los soldados ingleses tenían graves deficiencias en los cuidados (heridas, alimentación, entorno, etc.) por lo que se producían muchas bajas, mientras que los soldados franceses tenían a las Hermanas de la Caridad gestionando sus cuidados y las bajas eran menores.
Florence Nightingale se ofreció voluntaria y fue propuesta para dirigir un grupo de enfermeras y viajar a Scutari (Estambul) primero y Crimea después, para organizar un departamento de enfermería y aplicar cambios en el hospital. Los cambios se basaron en la higiene, la alimentación, ventilación, etc. Con ello la mortalidad pasó de un 40% a un 2%.
Los datos que se sacaron posteriormente dejaron claro que la higiene (para pacientes y profesionales, así como el entorno) y protocolizar los procedimientos fueron clave para obtener tan buenos resultados.
De hecho, tras la guerra de Crimea, los documentos y estadísticas creados por Florence Nightingale durante su estancia en Scutari ayudaron a promover reformas higiénicas para implantar medidas preventivas en los hospitales. También consiguió fundar la primera escuela de enfermeras (1860), en Londres, cuya formación duraba entre 3 y 4 años para una estandarización de los cuidados y registros enfermeros.
“Cada día tiene mayor importancia el conocimiento de la higiene, el conocimiento de la enfermería, en otras palabras, el arte de mantenerse en estado de salud, previniendo la enfermedad, o recuperándose de ella. Se le reconoce como el conocimiento que todo el mundo debe tener –distinto del conocimiento médico, propio solamente de una profesión-” Florence Nightingale, Notas sobre enfermería: Qué es y qué no es, 1859.
“La observación indica cómo está el paciente, la reflexión indica qué hay que hacer, la destreza práctica indica cómo hay que hacerlo. La formación y la experiencia son necesarias para saber cómo observar y qué observar; cómo pensar y qué pensar.” Florence Nightingale, Notas sobre hospitales, 1863.
En segundo lugar, hablaré de Ignaz Semmelweis quien también hizo un aporte fundamental a la medicina. “Un lavado de manos salva vidas”.
Fue un obstetra húngaro que, a mediados del siglo XIX (década de 1840), ANTES de que los hallazgos de Louis Pasteur (teoría germinal de las enfermedades infecciosas), Joseph Lister (cirujano que puso en práctica la teoría de Pasteur, sistematizándola en 1865) y Robert Koch (descubridor del bacilo de la tuberculosis en 1882) llegasen, logró descubrir el origen infeccioso de la fiebre puerperal detectando lo que llamó “partículas cadavéricas” y se dio cuenta de que podía controlar la aparición de la fiebre puerperal en las pacientes con una simple medida antiséptica, el lavado de manos.
En este momento histórico (1847) ni la sociedad, ni el ámbito sanitario eran aún conscientes de que el origen de las enfermedades infecciosas estaba en microorganismos (ente vivo) con capacidad de propagarse entre personas (definición de la teoría germinal de las enfermedades infecciosas que llegó después), ya que las teorías que estaban presente era la de los humores, y la miasmática. Poco se sabía entonces acerca de los gérmenes.
El estudio de Semmelweis se basó en la observación de las dos clínicas de maternidad que había cuando trabajaba el hospital general de Viena. En una de ellas (1) el porcentaje de mortalidad por fiebre puerperal era considerablemente más alto que en la otra (2). La única diferencia que encontró fue que el personal que atendía en una y otra era diferente, aunque el procedimiento que se empleaba era el mismo. En la (1) eran los médicos y estudiantes de medicina quienes atendían a las parturientas y en la (2) eran las matronas y estudiantes para matronas las que asistían los partos.
Haciendo el seguimiento de las pacientes, del proceso y de los profesionales implicados concluyó que el origen del contagio estaba en los reconocimientos que hacían los médicos a las mujeres durante el parto. Muchos venían directamente de haber practicado disecciones/autopsias y la mayoría de las veces sin limpiarse las manos procedían a atender a las parturientas. Como además no se utilizaban guantes ni otros medios de protección, se puede decir que la higiene brillaba por su ausencia.
Semmelweis propuso el lavado de manos meticuloso con una solución de agua y cal. (Similar al hipoclorito cálcico comúnmente usado en el tratamiento de aguas, como las piscinas).
El resultado fue una caída drástica de la incidencia y mortalidad por fiebre puerperal. Las tablas muestran que los primeros meses de 1847 llegó a estar en una tasa de 18,3% y tras la aplicación de las medidas antisépticas, bajó en un mes al 2,1% y en tres meses estaba por debajo de 1%.
Aunque hoy en día se le considera uno de los creadores de los procedimientos antisépticos, su estudio con datos estadísticos incluidos fue rechazado por una gran mayoría de sus colegas vieneses de profesión, ya que entendían que con sus conclusiones estaba acusando a los propios médicos y/o estudiantes de medicina de las muertes de las pacientes.
En otras regiones del mundo había descubrimientos similares pero que tampoco habían trascendido y generalizado por el mismo motivo.
No fue hasta los hallazgos de Pasteur, Lister y Koch que se comenzó a valorar la posibilidad de que las teorías de los humores y miasmática estaban obsoletas y la medicina acababa de modernizarse y abrir un nuevo y próspero camino. Lástima que Semmelweis ya no fue consciente de todo lo que había descubierto y de que verdaderamente salvó muchas vidas durante su ejercicio como obstetra.
La obra en que resume su experiencia se publicó en 1861: “Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal”.
Al parecer, en 1879, en una reunión de la Academia de Ciencias de París, Louis Pasteur reconoció el mérito de Semmelweis ante todo los asistentes cuando interrumpió a un expositor que hablaba de la fiebre puerperal para sentenciar “nada de eso explica la fiebre puerperal: es el médico o enfermera que llevan los microbios de una persona infectada a otra sana».
«Cuando reviso el pasado, sólo puedo disipar la tristeza que me invade imaginando ese futuro feliz en el que la infección será desterrada… La convicción de que ese momento tiene que llegar inevitablemente tarde o temprano alegrará mi hora de morir«. Ignaz Semmelweis.
En la actualidad, la higiene en general y el lavado de manos en particular es el factor individual más importante para el control de la transmisión de enfermedades por su efectividad y eficiencia, así como por ser una medida accesible y económica. Lo es, como hemos podido ver, en medios sanitarios donde el riesgo de contaminación es alto. De modo que, en un entorno de menor riesgo, lo es también. Si bien es cierto, en estos casos tiende a relajarse esta medida precisamente por eso, porque nada tienen que ver nuestros hogares y sus riesgos de contaminación, con un medio hospitalario. Pero siendo algo tan sencillo, económico y cercano se debería hacer uso de ello más rutinariamente, convertirlo en un acto consciente teniendo claro por qué se hace ya que de este modo es más fácil incluirlo dentro de los hábitos. Algunos de ellos son: lavarse las manos cuando se llega a casa, cuando se va a comer y después si quedan restos de alimentos en las manos, después de hacer la limpieza de casa, si se manipulan objetos que suelen circular por diversas superficies. ¿Se te ocurre alguno más?
MSonia Ruiz.