El Viaje. Un sendero hacia su esencia
Son las 7 de la tarde y las tres amigas llegan a la casa del pueblo tras un tranquilo viaje, sacan las maletas del coche y las introducen en la casa que está agradablemente caldeada pues un familiar que vive a dos calles se encargó de poner en marcha la calefacción por la mañana.
Después de colocar todo en sus respectivas habitaciones, bajan a calentar la cena que han traído preparada mientras conversan acerca de los maravillosos paisajes otoñales que han disfrutado a lo largo del camino. De hecho, se han parado en dos ocasiones para fotografiar el entorno. Bárbara comenta que es increíble cómo en dos horas escasas se puede desconectar del mundanal ruido, que una calma le ha invadido y hasta su respiración es más sosegada y profunda, como cuando va a su pueblecito en Asturias.
Una vez sentadas a la mesa cenan y pasan rápidamente a repasar el plan que tiene para los próximos días. Serán largas jornadas en las que madrugar es un imperativo si se quiere descubrir los momentos mágicos que ofrece el amanecer, pero también el atardecer y la noche cerrada que muestra un manto de estrellas increíblemente brillantes que iluminan el campo y las calles de los pueblos prácticamente sin necesidad de luz artificial. Al final de su viaje concluirán que las fechas elegidas fueron las perfectas porque el tiempo permitió poder sacar todo el potencial a las actividades a cielo abierto.
Una de las tardes, regresan un poco más temprano a la casa y deciden encender la chimenea ya que les han traído la leña por la mañana. Y allí, junto al fuego con una copa de vino blanco y música de ambiente de fondo aderezada con el crepitar de la madera, es el momento perfecto para que Violeta exponga todos sus miedos con Bruno, Bárbara por su parte se adentre en todo los sentimientos encontrados que viene viviendo semanas atrás desde que la perspectiva de su vida sufrió un cambio radical y Alice afronte que un sentimiento de vacío en su vida, acallado durante tiempo, cada día se hace más patente y pesado.
Las largas jornadas a partir de ese día dan paso a los atardeceres más bellos e íntimos en el jardín de la casa que concluyen con conversaciones trascendentales junto a la chimenea. Sin darse cuenta, algo está transformándose en ellas. Cada día se sienten más ligeras pero decididas, más serenas pero activas, más optimistas pero con los pies en la tierra y sobre todo, más agradecidas por esta oportunidad, una segunda oportunidad para mirar a la vida y sus circunstancias cara a cara con la confianza de saber quiénes son y quiénes quieren ser desde lo más esencial de ellas mismas.
Violeta descubre que sus “fracasos” tienen que ver con ella misma y sus miedos. Su tendencia a dudar de que algo bueno la esté sucediendo, como la propuesta de Bruno, la lleva a pensar que algo malo tiene que pasar para equilibrar la balanza y por tanto nunca disfruta, ni es feliz por las buenas noticias. Así actúa en todos los ámbitos de su vida. Siente que, con sus decisiones, si algo no sucede como espera, puede defraudar a su gente o generar una imagen de derrota, derrota de la que se culpa a ella misma por no haberlo visto venir.
Tras las charlas con sus amigas y los silenciosos paseos por la naturaleza consigue escuchar en su interior que pesa mucho esa imposición de perfección. Decide desprenderse de ella y dejarla volar en medio de un prado mientras da vueltas gritando “libre”. Ello cambiará el destino no solo de su relación con Bruno, sino de su propia vida.
Bárbara y Alice necesitaran algunos días más para poner nombre a esas nuevas sensaciones y dar sentido a todo lo que se mueve con cada latido de vida. De lo que están seguras Violeta, Bárbara y Alice es de que su corazón las está mostrando el sendero hacia su esencia, el punto de partida de su nuevo camino.
MSonia Ruiz.
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