En la era en la que las respuestas a la mayoría de las preguntas que rondan por la cabeza se encuentran en Internet, no se puede pensar que haya un área que se vea exento de ello. Eso sí, se ha de ser conscientes de que ni toda la información que se encuentra es correcta, ni mucho menos de calidad.
Pues bien, lo que mencionaba previamente también se cumple en el campo de la sexología y he decidido escribir sobre ello porque me sorprendía (y lo digo en pasado porque por desgracia resulta bastante habitual) que llegasen consultas de sujetos jóvenes de entre 15-30 años y de ambos sexos, bien por mensaje a través de mi web o bien a la propia consulta, agobiados por cuestiones que definen como problemas, generalmente diagnosticados por ellos mismos con ayuda de Internet.
Algunos ejemplos de casos en consulta que cumplen con este patrón son: Chicas que no conocen ni han explorado su cuerpo hasta el momento y llegan convencidas de que “sufren de anorgasmia” porque no han disfrutado durante la penetración la vez que lo han probado. Chicos convencidos de que tienen “alguna disfunción” porque no aguantan “lo suficiente” con una erección o porque eyaculan “demasiado pronto”. Parejas preocupadas porque mantienen “pocas relaciones sexuales” comparadas con amigos y que, aunque se quieren no saben lo que les pasa. Jóvenes con miedo por lo que les pueda pasar por masturbarse diariamente. Chicos preocupados por el tamaño o forma de su pene.
Como mencionaba en párrafos anteriores, comentan casi siempre que una de las fuentes que les dirige al “diagnóstico” es Internet y los artículos que se publican en prensa digital diversa, lo cual no me sorprende nada. Solo hace falta entrar en cualquier buscador e introducir la duda o consulta que se tenga.
Se ven rápidamente titulares que ofrecen soluciones o respuestas a supuestos problemas sexuales. Así mismo una cantidad ingente de material que habla de sexo, sexualidad, prácticas sexuales, etc. a modo de guía de la “normalidad” en la sociedad del siglo XXI.
El primer error que se detecta suele ser cómo se trata la información que dan, como verdades que afectan a una gran mayoría de la población apoyados generalmente en encuestas realizadas y estadísticas. Estos datos los usan como base para construir su “normalidad”. Tienden a generalizar como si todos los sujetos de la sociedad fuesen iguales o sus vivencias fueran las mismas o similares. Y evidentemente esto no es así, es más, generalmente lo que se encuentra no se va a ajustar a la realidad de la mayoría de los sujetos.
Frases como “el tamaño normal del pene es este”, “la duración normal de una relación sexual es tanto”, “las chicas si tienen un buen amante son multiorgásmicas”, “el tiempo promedio de la eyaculación masculina es este”, “lo normal es desear tener sexo tantas veces a la semana”, y un sinfín de enunciados de este tipo en los que el término “normalidad” tiene un peso tremendo. Si nos paramos a pensar ¿para qué sirve esta información? Para nada. ¿es útil? En absoluto.
Es importante entender que cada sujeto es único con todo lo que ello conlleva y al juntarse con otro sujeto (o sujetos) que igualmente es único, da lugar a una unión con las peculiaridades de cada miembro y los ajustes que hagan para que todas las partes se sientan identificadas en un encuentro, es decir, ni todos los sujetos sienten igual, ni desean lo mismo y del mismo modo, ni todos lo expresan igual, ni todos responden de una manera determinada y un largo etcétera de singularidades. La normalidad tiende a ser increíblemente diversa en el campo de la sexología. Si partimos de aquí, se puede ir desgranando la cuestión que se trae de inicio a la consulta con perspectiva y poder entra en cómo se siente el sujeto ante esas circunstancias que le preocupan e ir trabajando en esa línea.
A veces en esa primera consulta, tras exponer algunas ideas sobre las que reflexionar, los sujetos exteriorizan la tranquilidad que les da saber que muy posiblemente no están “enfermos” (uso este término porque es el mismo que verbalizan) o que lo suyo no es anormal. Así de rápido, sí. Porque en el momento en el que desmontan los mitos o falsas creencias con respecto a muchas de estas cuestiones, el agobio disminuye notablemente. Agobio que muy posiblemente no hubiesen sufrido si tuviesen una educación sexual real a lo largo de su vida académica que les hubiese ayudado a discernir entre el contenido de calidad del que no lo es. Y es que mucho de lo que encuentran y leen por Internet, lo hacen suyo y se refuerza con ayuda de los amigos (grupo) y acaban generando expectativas erróneas y presión al sujeto, presión injustificada y mal gestionada. Porque al final lo que la gran mayoría necesita es sentirse dentro de lo que se considera normal, más si cabe en edades donde el grupo y las semejanzas son de las cosas más vitales.
Es cierto que seguir manteniendo este panorama donde la información (buena o mala) campa a sus anchas cuando aquellos que pueden visualizarla no tienen un conocimiento apto para manejarla, no dejará de generar problemas allí donde no los había, ni crear expectativas erróneas.
Pero a veces el foco del problema se lleva donde no es. Lo que es inevitable es que este contenido esté en las redes y que pueda ser consumido por la gran mayoría de la población. Y por tanto la cuestión no es prohibir y prohibir porque lo realmente interesante es que el sujeto, educado en esta materia tan fundamental, sea capaz de cribar el contenido que cae en sus manos. Ha de poder saber lo que es real, fantasía, incluso aquello que es erróneo o negativo.
En este punto, hay un tema que suele tener especial relevancia y que frecuentemente al hablar de Internet y material “potencialmente peligroso” aparece. La pornografía es un tema que genera mucha controversia y que se demoniza porque muchos obtienen de aquí (del porno tradicional comercial) un modelo de referencia que adoptan como “normal” y adecuado. Y que, por supuesto, tienden a comparar con sus prácticas eróticas o sexuales y finalmente imitar lo que se ve.
La solución a esta situación donde claramente existe una percepción equivocada de lo que se está viendo, no es que la industria del porno desaparezca, sino que, dado que está presente habitualmente en los medios de fácil acceso, sería una educación en la que también se hable del porno para ubicarlo donde corresponde. Explicando que como si de otra temática se tratase, no dejan de ser películas y por tanto ficción. Además, es una buena manera de abordar los roles que se asignan a uno y otro sexo o porqué se erotiza la violencia en muchas de las producciones de esta industria. Hay que decir, no obstante, que también podemos encontrar porno feminista, es decir, porno donde las bases de las relaciones que se establecen son de igualdad.
Con respecto a esto, me viene a la cabeza Erika Lust, una de las directoras más conocidas de la industria del porno feminista que considera que hay que desmitificar la pornografía hablando de ella. En esta línea puso en marcha el proyecto “The Porn Conversation: Educating kids on Porn” donde dice que hablar abiertamente de la pornografía hace que se conozca la realidad de esta y considera que es quizás una buena vía para ayudar a los niños y adolescentes a ser conscientes de lo que ven y a tomar decisiones informadas.
Quizás sí pueda ser un camino. Y es que hacer como si algo no existiese no va a conseguir que no exista, sino que se consuma y consulte a escondidas. Por ello es fundamental concienciar de que a la población no se la puede pretender meter en una urna de cristal al margen de la realidad. Una realidad donde Internet ha resultado ser una ventana al mundo, con su parte buena y su parte no tan buena.
En definitiva, por todos es sabido que el conocimiento confiere libertar y en este caso buenas decisiones y buen hacer también.
MSonia Ruiz.