La danza de la felicidad.
Son poco más de las diez de la noche de un viernes cualquiera y Violeta sale por la puerta del hospital en el que trabaja. Bruno la está esperando para ir paseando hasta el restaurante donde ha quedado Violeta con sus amigas. La semana laboral ha sido muy larga y complicada y no les ha permitido verse por incompatibilidad horaria. Bruno prefiere verla esos 30 minutos de trayecto que pasar un día más sin su compañía directa y sobre todo sin un abrazo y beso de esos que dice que le dan la vida.
A lo lejos divisan a Alice y Bárbara en la puerta del local elegido para esa noche a través de una de esas aplicaciones que sugieren restaurantes en función del tipo de comida que busques. Les gustó las fotos que vieron del sitio y las opiniones eran muy buenas, de modo que no dudaron en reservar en “El Jardín Secreto”.
Llegan a la altura de sus dos amigas y Bruno saluda cortésmente, intercambian unas pocas preguntas y comentarios y se despide con un tierno beso en los labios a Violeta hasta el día siguiente, deseándoles que pasen una velada divertida.
Abren la puerta y se adentran en un lugar cuyo nombre no es casual aunque Alice comenta que bien podría llamarse “El Jardín Mágico” pues es justo eso lo que evoca, una mezcla entre magia, encanto y misterio. Al cruzar el umbral de la puerta de entrada, accedes a un mundo paralelo de lo más atractivo y sugerente, no hay nada en la decoración y distribución que no esté acorde con el espacio. Las reciben, comprueban su reserva y acompañan a la mesa que las espera. Dos minutos después están repasando la carta, pues aunque ya vienen con algunos platos en mente, no quieren dejar pasar la oportunidad de ser sorprendidas.
Se deleitan con cada uno de los platos seleccionados y concluyen la cena con la necesidad de volver en otra ocasión para pedir otros que aunque apetecibles, se han quedado en la carta de sugerencias. Se congratulan por el nuevo descubrimiento y es que durante la cena, casi no han hablado de otra cosa que de la experiencia que estaban disfrutando. Bárbara comenta que la ambientación tiene mucho que ver, pero coincide en que las ha tenido absortas cada detalle y eso lo consiguen pocos lugares.
Por la misma puerta, regresan al mundo rutinario y Violeta propone acercarse a una coctelería para tomarse unos tragos nada rutinarios. Quiere brindar con algo especial, tan especial como siente que está siendo todo lo que le sucede desde que tomase la decisión de ser libre y dejar que la vida fluyese sin intentar controlarla a cada paso. No solo su relación con Bruno iba como la seda, su trabajo, sus relaciones con el entorno la reportaban más que nunca sensaciones de lo más satisfactorias y constructivas. Y por supuesto, algo tan significativo no podía dejar de celebrarlo con sus dos compañeras de vida incansables y motivantes.
La velada continuó en diferentes locales nocturnos sorprendiéndolas y arropándolas con montones de anécdotas, bailes y risas, muchas risas. Y cuando estaba a punto de concluir, sonó uno de los temas favoritos de estas tres amigas al que denominan “La danza de la felicidad”. Resultó ser el “broche de oro”.
MSonia Ruiz.
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